Benito Taibo
31/05/2015 - 12:00 am
Voto razonado
Tengo un montón de amigos que han decidido anular su voto en las elecciones que se celebrarán dentro de una semana. Otros tantos que han decidido de plano ni siquiera presentarse en las casillas durante esa jornada y mostrar así su descontento, su desaprobación, su hartazgo (que comparto). Les asiste la razón. Por lo menos […]
Tengo un montón de amigos que han decidido anular su voto en las elecciones que se celebrarán dentro de una semana.
Otros tantos que han decidido de plano ni siquiera presentarse en las casillas durante esa jornada y mostrar así su descontento, su desaprobación, su hartazgo (que comparto).
Les asiste la razón. Por lo menos desde mi perspectiva.
Aburridos y encolerizados unos y otros con los fraudes, la impunidad, los mapaches, las urnas embarazadas, la inutilidad que hoy por hoy representan los partidos políticos, que parecerían cortados por la misma soberbia y estúpida tijera, hecha de clientelismo, cotos de poder y muchísimo dinero que va de mano en mano y que sale de lugares oscuros e inciertos.
Hemos visto y comprobado la aparente inutilidad del voto para cambiar el estado de las cosas. A los chapulines que por la mañana están en un partido y por la noche duermen con otro diferente. La doble, triple moral con la que nos sonríen desde los inmundos carteles electorales que ensucian la ciudad sin decir nada.
El discurso vacío, la retórica, las palabras repetidas hasta el cansancio que han dejado de tener significado y significante para el ciudadano como usted y como yo, que ya estamos hartos de tener a esos “representantes” que no nos representan.
Estamos frente a una clase política vergonzante que se envilece día con día y que parece haber perdido desde hace mucho tiempo la brújula, por lo tanto el rumbo, y por supuesto el destino.
Y sin embargo. El próximo domingo voy a votar.
Lo he hecho desde que recibí mi credencial en 1978 y hasta el día de hoy, sin fallar una sola vez.
Nunca he dejado de hacerlo. Es mi privilegio y mi derecho.
Mi familia viene de España, donde la dictadura franquista jamás realizó elecciones libres.
Mis padres votaron por primera vez en 1982, ya nacionalizados por supuesto y después de muchos años de intentarlo. Fuimos todos juntos a la casilla de la calle de Culiacán en la colonia Roma Sur y ejercimos voluntaria, emocionadamente, nuestro derecho al voto, en una algarabía privada que sabía a pequeño triunfo después de tantísimas derrotas.
Aquí habían encontrado la libertad y con ella en la mano nos educaron y nos enseñaron para que sirven las democracias, aunque fueran tan maltrechas e imperfectas como la nuestra.
De los 416,488 sufragios que recibió Doña Rosario Ibarra de Piedra (según la lista publicada), por lo menos seis fueron nuestros.
Mi padre enseñaba a todos, orgullosamente, su dedo pulgar manchado de tinta.
Él tenía 58 años y mi madre 53. Era la primera vez que podían ejercer ese derecho que les fue vetado sistemáticamente durante toda su vida. Era una experiencia nueva y conmovedora en muchos sentidos. Salieron los dos de la casilla, con una sonrisa de oreja a oreja.
A pesar de saber que una vez más, de antemano, con toda premeditación, alevosía y ventaja, serían derrotados.
Seis años después, juntos de nuevo, votamos en bloque, absolutamente convencidos de lo que hacíamos, por el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.
El jefe ya no está. Ahora todos votamos en casillas diferentes. Y seguimos pensando todos que es un privilegio que nadie podrá escamotearnos.
La tarde del domingo que viene, mis amigos que anularán su voto, y mis amigos que no irán ni siquiera a votar, seguirán siendo mis amigos, y celebraré con ellos que están ejerciendo su derecho de una forma diferente a la mía.
Y lo hago de manera respetuosa y convencida, sabiendo que estamos en el mismo barco y que queremos las mismas cosas; entre ellas que este país cambie de una vez por todas y para siempre.
Yo sé que mi familia votará.
Algún día las cosas serán diferentes.
Conservamos la esperanza y creemos en ese raro privilegio que no nos fue concedido por la gracia de nadie, que fue ganado a pulso, por todos.
Así, con el voto razonado largamente, honramos esa memoria colectiva, y ese sueño.
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